Sa Tanca no se trata solo de sus muros, de sus 14.000 m² de energía latente, de sus pasillos vacíos donde el polvo se posa con duda. Se trata del aire que podría recorrerla, de la vida que podría habitarla, de las manos que podrían moldearla. Se trata de la posibilidad.

Un planta baja perforada, que permite que la luz se filtre hasta los niveles subterráneos, creando espacios donde el conocimiento, la creatividad y el encuentro encuentren refugio.
Una fachada verde, donde la naturaleza recupera las superficies antes destinadas al espectáculo comercial, susurrando resiliencia en el lenguaje de la flora local.
Una marquesina solar, que convierte el tejado desaprovechado en fuente de energía, como si el cielo mismo pudiera impulsar el renacer de este lugar.
Un nuevo corazón público, donde la gente ya no pase junto a Sa Tanca con indiferencia, sino a través de ella—donde deja de ser una inversión fallida para convertirse en un horizonte compartido.